Comer cuando estás triste no hará que te sientas mejor

Comer cuando estás triste no hará que te sientas mejor
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Hay personas que cuando están tristes se les cierra el estómago, pero a otras, entre las que me incluyo, nos entran ganas de atracar la gasolinera más cercana para llevarnos todo lo dulce y salado que pueda caber en nuestra casa.

Por suerte mi Pepito Grillo interior, que es muy sabio, ya me ha advertido en varias ocasiones (con mayor o menor éxito) de que comer no es el remedio contra la tristeza y hoy además he descubierto un estudio que le da la razón.

Comer no mejora nuestro estado de ánimo

Según una investigación reciente de la Universidad de Minessota, publicada en Health Psychology, cuando estamos tristes, tanto si comemos como si no, nuestro estado de ánimo acabará siendo el mismo.

Sus autores llegaron a esta conclusión tras exponer a películas dramáticas a un grupo de 100 estudiantes universitarios con el fin de que se sintieran afligidos, después se les ofrecieron alimentos reconfortantes a la mitad de ellos y a la otra comidas que no entraban entre sus favoritas. Pasado un tiempo ambos grupos se sintieron mejor.

Posteriormente se repitió la prueba pero en esta segunda ocasión a 50 se les ofreció un alimento que les gustara y a los otros 50 no se les dejó comer nada. Y el resultado fue idéntico al anterior, pasado un rato todos se sintieron bien.

Esto es lo que comentó David Levitsky, uno de los investigadores, sobre los resultados:

La idea de que podemos sentirnos mejor con sólo consumir ciertos alimentos es muy atractiva, pero en realidad, sentirse mejor no tiene nada que ver con la comida en sí, y es un efecto psicológico muy débil.

Esta afirmación suena muy sensata, aunque también es cierto que no se puede comparar la desazón que produce el visionado de un film con la que podemos sentir en otras situaciones reales, y como pasa en la mayoría de estos estudios la muestra es demasiado pequeña y poco representativa. Aun así, me parece interesante tenerla en cuenta.

Comer como consuelo emocional

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Ante lo que plantea este estudio cada uno podemos tener nuestra propia respuesta ¿Qué pasa cuando usamos nuestra tristeza para justificar el comernos un helado gigante? ¿Nos sentimos mejor? ¿igual? ¿Peor y encima culpables por el atracón?

Son muchas las situaciones en las que comemos sin hambre real como consuelo o premio a nuestras emociones ya sean aburrimiento, nervios, nostalgia, alegría o incluso como recompensa cuando hacemos algo bien. A quién no le han dado un dulce en su infancia después de unas buenas notas o un ejercicio bien hecho.

Entender qué situaciones nos llevan a comer de esta forma y “desaprender” esos patrones que nos acompañan desde hace tanto tiempo es el primer paso para cambiarlos. A veces simplemente preguntarnos ¿Tengo realmente hambre? puede ayudarnos no sólo a evitar comer porque sí, sino también a reflexionar sobre nuestras emociones y conocernos mejor.

Con esto no quiero decir que darse algún capricho de vez en cuando se algo malo, pero hay que tener cuidado de no convertirlo en un hábito y sobre todo intentar no convertirlo en un falso remedio para el desasosiego o la pena, ya que pasado el placer de comer casi siempre lo único que conseguimos es sentirnos todavía peor.

Es mejor intentar buscar otras opciones para entretenernos, animarnos o sentirnos bien. Practicar algún deporte, quedar con amigos, salir a dar un paseo, ver una película divertida que nos guste, escuchar canciones que nos motiven, bailar, llamar por teléfono a un ser querido, compartir lo que nos pasa… y tantas otras alternativas que seguro que darán mejor resultado a corto y largo plazo.

El helado siempre podemos reservarlo para cualquier otro día en el que nuestro estado de ánimo no nos impida disfrutarlo y saborearlo a conciencia, desde la primera cucharada hasta la última.

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Fotos | | Pixabay

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